Lo cuenta uno de los 50 manginas (calzonazos) convocados por una jauría feminazi formada por treinta zumbadas que dejaron clara su misandria, histerismo y agresividad:
Ayer, primero de junio, fuimos convocados un numeroso grupo de activistas en la okupa compostelana O Aturuxo das Marías. Se trataba de una "alerta feminista", nos dijeron, era muy importante que fuéramos los hombres de los movimientos contestatarios gallegos, pues las compañeras tenían algo grave que decirnos. Sabíamos que se habían producido algunas agresiones dentro del entorno e intuíamos que aquello sería una llamada de atención colectiva al respecto.
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El escenario de la "alerta feminista" |
De repente irrumpieron las chicas, superaban ampliamente la treintena, venían muy serias y enfadadas. Repartieron rotuladores y nos dijeron que marcáramos un "sí" sobre nuestras fotos los que se reconocieran a sí mismos como agresores. También nos conminaron a denunciar a los demás. Poco a poco la gente comenzó a señalarse a sí misma, en medio de un clima cada vez más enrarecido por la presión grupal. Algunos señalaban también a otros; hubo quién marcó absolutamente todas las fotos, los conociera o no. Fuimos muy pocos los que nos negamos a participar de este proceso autoinculpatorio, el ambiente de condicionamiento colectivo era muy fuerte y opresivo.
Una vez terminado el rosario de denuncias y “confesiones” empezaron a marcar ellas a los que consideraban agresores. Caímos casi todos. No dieron explicaciones y a gritos nos dijeron que no teníamos permitido hablar. Algunos aún seguimos devanándonos los sesos tratando de saber el motivo por el que fuimos señalados. La tensión aumentó. Nos increparon, nos amenazaron, nos gritaron. Nos dijeron que todos éramos violadores, que ninguno era inocente y que, como hombres, encubríamos las agresiones de los demás (y yo que siempre pensé que eso lo hacíamos todxs, independientemente del sexo).
Pública y expresamente nos declararon la guerra, así nos lo dijeron, y manifestaron que querían romper las relaciones con nosotros (los hombres de su entorno). Nos dijeron que ninguno se salvaba, que éramos armas de destrucción masiva, que tendríamos que cortarnos las pollas y meternos cactus por el culo. Leyeron varios manifiestos absolutamente delirantes en un clima de hostilidad creciente. Nosotros, sumisos, agachábamos la cabeza.
Fue entonces cuando comenzaron las agresiones. Primero de forma más localizada, contra gente concreta. Insultos, gritos, bofetadas, escupitajos. Ninguno hicimos ni dijimos nada. Luego vinieron las patadas y los puñetazos. Entiendo que aún se centraban en venganzas concretas por hechos especialmente graves, pero pronto las agresiones se volvieron gratuitas y arbitrarias: una chica le dijo a alguien mientras lo abofeteaba que no sabía quién era pero que no le gustaba su mirada. Ninguno hacíamos nada mientras arreciaba la violencia. El que más hostias llevó fue uno que había pintado un interrogante sobre su foto, parodiando el proceso autoinculpatorio; recibió una auténtica paliza mientras un cordón de mujeres, en actitud chulesca, defendían la agresión. Nunca en mi vida había visto un abuso semejante salvo, quizá, en los lúgubres sótanos de alguna comisaría.
Una vez se hubieron despachado a gusto, nos obligaron a marcharnos, pero antes las chicas formaron un pasillo en la puerta. Según íbamos saliendo comenzaron a repartir golpes: collejas, empujones, bofetadas... Gratuitos, por la cara. Incluso a gente que no había sido señalada como agresora y con un comportamiento escrupuloso e intachable. Daba igual, eran hombres. Esa misma mañana los saludaban con sonrisas y ahora les cruzaban la cara a bofetadas.
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La autoinculpación, aportación comunista al feminismo |
Y aún por encima la mayoría de nosotros quedamos marcados como agresores. ¡Sin ni siquiera saber por qué! Una condena sumaria de la que no tenemos derecho a conocer las causas. Ni el propio Kafka habría podido idear un sinsentido tan terrorífico.
No pude evitar acordarme de los procesos autoinculpatorios en las purgas estalinistas, con antiguos revolucionarios asumiendo falsas culpas de camino hacia el cadalso. De las asambleas de “autocrítica” maoísta, basadas en la destrucción del ego de quién cuestionara al partido. De los juicios farsa de Sendero Luminoso, en los que los acusados pedían perdón por sus crímenes y desviaciones antes de ser ajusticiados públicamente con sadismo y crueldad.
En una sorprendente pirueta del destino nosotros nos vimos convertidos en las brujas y ellas en los inquisidores. Aquello fue un auténtico auto de fe, asumiendo culpas que no nos pertenecian bajo el opresivo peso de los dogmas. Tragando inmerecidas humillaciones confundidos por absurdos anatemas ideológicos. Castigados colectivamente en una persecución basada en nuestra condición física y nuestra orientación sexual. Lo que, de toda las vida, se denominó como una auténtica caza de brujas.
Es cierto que las agresiones sexuales merecen un castigo, un rechazo colectivo y la elaboración de análisis y protocolos que permitan reconocerlas y atajarlas. Pero cuando permitimos que la indignación por un hecho horrible provoque respuestas abusivas e indiscriminadas contra colectivos enteros por su condición física o sexual, creamos el caldo de cultivo que desemboca inexorablemente en la creación del discurso totalitario.
Nadie puede negar el patriarcado, los privilegios que tenemos los hombres sobre las mujeres, las agresiones sexuales, la desigualdad estructural. Ni siquiera en lo tocante a nuestros micro-ambientes en el gueto. ¿Pero justifica eso la humillación y la violencia a la que hemos sido sometidos por el mero hecho de ser hombres? Es cierto que las mujeres han sufrido en silencio muchas injusticias durante muchos siglos, es cierto que sufren aún ahora y en nuestros propios círculos numerosas opresiones. Pero en mi opinión eso no justifica una venganza humillante y colectiva contra TODOS los hombres a los que consiguieron reunir. Justo los que acuden a una “alerta feminista”, o sea que muchos de ellos, en cierto modo, son de los pocos que en esta sociedad tratan de cuestionarse sus propios privilegios.
Querían dinamitar las relaciones con el entorno: lo han conseguido. De hecho ya no estoy muy seguro de que exista un “entorno”.
Querían que tuviéramos miedo: han triunfado. Pero aquí el miedo no ha cambiado de bando, solo de género. Y dudo mucho que se extienda más allá de los que simpatizábamos de un modo u otro con su discurso. Ahora sabemos que nuestra condición de hombres, independientemente de nuestros actos, puede acarrearnos venganzas ciegas e irracionales.
Y ahora me asalta una duda: más o menos todos sabíamos en nuestros ambientes las pautas por las que guiarse cuando un grupo de hombres humillaba y agredía colectivamente a mujeres solo por su condición. ¿Qué hacer cuando son ellas las que voluntaria y premeditadamente se sitúan en el papel del agresor?
Después de leer el relato del
El memo que escribe "nadie puede negar el patriarcado, los privilegios que tenemos los hombres sobre las mujeres [...]" tal vez necesite una dosis extra de vacuna para dejar de repetir como un loro el discurso falaz y "goebbelsiano" de las resentidas profesionales. Como contestaba en una reciente entrada a una comentarista lobotomizada (y perdón por la autocita): "En vez de repetir la machacona propaganda sobre los privilegios masculinos, ¿por qué no empiezas por hacer un listado amplio y creíble sobre cuáles son? Porque yo solo encuentro desventajas masculinas programadas por ingenieros sociales sin escrúpulos que hacen que el que España sea el quinto mejor país del mundo para ser mujer (Georgetown dixit) sea a costa de ser simultáneamente uno de los peores para ser hombre: mayor castigo por los mismos delitos, menor esperanza de vida, inseguridad jurídica absoluta frente a denuncias inmotivadas, mayor tasa de delitos violentos, suicidio, accidentes laborales, fracaso en los estudios, población reclusa, etc." Todo un festival de privilegios, oiga.
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Juzgados solo para hombres: enésimo privilegio masculino |
Ahora al "festival" de privilegios habrá que añadir el ser impúnemente apalizado.
Por cierto, todavía estoy esperando la réplica de la comentarista lobotomizada a la que parece estarle costando más de lo esperable el listado de privilegios masculinos, con lo claro que parecía tenerlo todo con sus argumentos de prestado (en realidad, consignas recogidas al dictado). Diría que me decepciona, si no fuera por lo habituado que estoy a que en cuanto sometes a análisis la propaganda feminista se derrumbe como un castillo de naipes.
Que un puñado de lerdos y dessustanciados se someta al discurso analfabeto y delirante de estas bacantes es de traca. Tal vez alguno haya aprendido, pero no me extrañaría que otros necesiten ración extra. Hasta que se produzca una mínima conexión neuronal en sus despoblados cerebros y recuperen la dignidad y la autoestima vamos a tener espectáculo medieval, tal vez con exigencia de los testículos del macho como trofeo.
El peligro no es masculino. El peligro es causado por fanáticos y fanáticas en acción. Y el fanatismo se cura con reflexión. A ver si os replanteais las cosas después de lo sucedido.
(posesodegerasa)